EL POR QUÉ DE LAS COSAS era el título de unos álbumes de cromos que regalaba BIMBO, donde podías encontrar respuestas a un montón de cosas chulas como la metamorfosis, la ingravidez, la diversidad…
Cromo a cromo, aquellos álbumes nos hacían preguntarnos el ‘por qué’ y deleitarnos con el ‘porque’.
Aún conservo el primero: un vestigio del ocio educativo que disfrutábamos en los años 70; antes de la invasión del ocio mercantilizante, con los dibujos animados y las series estadounidenses.
Filosofar es natural
Para la autora de nuestra frase de hoy, Mary Beatrice Midgley, filosofar era como el hablar en prosa: algo que, bien o mal, hemos de hacer toda la vida. Lo hagamos a propósito o sin querer, de manera consciente o inadvertida.
Beatriz Preciado, filósofo, activista y artista queer (hoy Paul B. Preciado), decía ya hace varios lustros que la función de la filosofía es la ‘producción de verdades’.
Verdades ‘propias’. Verdades a descubrir que faciliten escapar de las realidades normativas o relatos ‘sacralizados’ que predeterminan futuros. Verdades subjetivas o parciales, sí, pero también orientadas a un debate que nos acompañe para entender y promover, en lo posible, un mundo mejor para todos.
Para ello, necesitamos preguntarnos el sentido de las cosas y cuestionarlas, de extraer conclusiones y revisarlas antes de formarnos una opinión y lanzarnos a compartirla. O, al menos, ¿no deberíamos preguntarnos el porqué de tantas y tantas cosas…?
Filosofar es prevenir y es curar
Mary Midgley decía también que la filosofía siempre es un recurso del que tirar cuando las cosas se ponen feas y hace falta comprender.
Pero, por regla general, no vemos las cosas ‘ponerse’ feas. Las vemos cuando ya se han puesto feas; y como no las vimos venir ayer se nos escapa hoy aquello que, sucediendo entonces, podría ayudarnos ahora a prever, incluso evitar, lo que nos pase mañana.
Mas como no las vimos venir, por lo que comentábamos en otro post sobre la histéresis, se nos escapa aquello que, sucediendo ahora mismo, podría ayudarnos, de saberlo, a prever, incluso evitar lo que pase el día de mañana. Dicho de otra manera, como explicaba el futurista de la NASA, Jim Dator, somos capaces de analizar tendencias pero poco capaces de detectar consecuencias emergentes en el momento en que sus causas se están produciendo.
Vacía tu cuenco
Al filósofo estoico Epicteto se atribuyen algunos aforismos que vienen al pelo. Uno va sobre el error que supone pretender enjuiciar el hoy con el criterio del ayer. Damos las cosas por sentado cuando hace tiempo que cambiaron de lugar. Otro dice que la primera misión del filósofo es despojarse de todo engreimiento. Es imposible que aprendamos lo que creemos que ya sabemos.
Primero hay que vaciar el cuenco para, con mentalidad de principiante, llenarlo: aquel ‘shoshin’ del budismo zen. Hay que querer saber, sí; pero sabiendo que no se sabe. Pues como decía Confucio en el saber que se sabe lo que se sabe y que no se sabe lo que no se sabe, reside el verdadero saber.
Leí que, en 1916, a Ortega y Gasset lo presentaron en México como alguien venido a incomodar, a sacarnos de nuestra ‘zona de confort’. Un perturbador de la paz que, como en la alegoría de la caverna, regresa para cumplir con esa otra misión: la de compartir el conocimiento adquirido.
Pero la caverna de la que salió ya no es su entorno. Ni él encaja con sus antiguos cohabitantes, aquellos que siguen de espaldas a cierta realidad. La deslumbrante pulsión por el conocimiento le incapacita para manejarse bien entre tinieblas. Es un friki con obsesión de profundidad.
Filosofar no es para todos sino para cada cual
Ironizaba Eduardo Mendoza en «El enredo de la bolsa y la vida» diciendo que «la filosofía y la religión están muy bien, pero son para los ricos, y si uno es rico, ¿para qué quiere la filosofía y la religión?».
Esto explicaría el abandono contemporáneo del pensamiento elegante por parte de una sociedad polarizada entre ricos despreocupados y clases medias venidas a proletarias, enredadas en (pre)ocupaciones más prosaicas: pan, escaso, y abundantes circos varios.
Desaparecida la lucha de clases, desplazada y desintegrada hacia luchas generacionales, de género, culturales y sensibilizadas, el ámbito de la filosofía se ha hecho más transversal. Más allá de afiliaciones y afinidades, buscar una verdad propia implica una decisión o compromiso estrictamente personal: hay que joderse, filosofando.
Y ahora vas y lo cascas
A Sócrates, otro que sabía lo que sabía y también lo que no, sus declaraciones le salieron a pagar. También salió azuzado —dicen—del confort hogareño de su cueva por las increpaciones constantes y tumultuosas de su esposa.
Pero Sócratés, más que víctima fue su propio ejecutor: eligió casarse con Jantipa a sabiendas de que le daría guerra, le daría qué pensar y le daría también para argumentar, favoreciendo de paso su dedicación a la filosofía.
Quizá nos convenga que se nos pegue algo de ese saber escoger filosófico. Tomarnos un chupito virtual de cicuta. Beber del Agua de la Vida para renacer como Kwisatz Haderachs. Aquí, como en la novela Dune, Dios hizo el mundo para probar a los fieles. O como decía un amigo, Pepe ‘el cartero’: «Estas son pruebas que nos manda el Señor».
Elegir las sombras para buscar una luz de verdad al final del túnel. Elegir nuestra verdad, la luz, más solo como linterna para seguir penetrando las tinieblas.
P.S.: En nuestra playlist, un tema de Antonio Vega de Nacha Pop, y Depeche Mode arrostrando las consecuencias de seguir la política de la verdad.